sábado, 12 de diciembre de 2009

LOS ELEGANTES DEL PASADO

El día 29 de octubre de 1999, mientras leía la columna que escribe diariamente en el diario local un querido amigo que me permite publicar algunas zonceras del quehacer salteño, recuerdos, aniversarios, felicitaciones y otras veces quejas, como aquella vez que la obra social provincial nos llegó a deber una “parva” de meses, que luego se abonaron con bonos. Pero dejemos de lado estos tragos amargos, y sigamos con los Elegantes, aquel día, era del Sastre, y me puse a teclear la Remington, tratando de hacer memoria de aquellos artesanos de la tijera, y del atuendo de los distinguidos comprovincianos.

Comenzaré por la cabeza: El sombrero. El sombrero que más recuerdo es el que usaba el Ex Presidente Yrigoyen, el honguito que aquí lo titularon “carajito”. Otros preferían los clásicos, que aún están vigentes, los jóvenes cubrían sus “ceseras” con un modelo de copa más baja y de ala más corta, como el que llevan los bailarines gitanos, a estos los llamaban “sombreros plato”. Llegaba el verano y se cubrían con sombreros blancos, cambiaban los de fieltro por los de Panamá (?) Algún pudiente alternaba el de panamá por el “rancho i paja”, un modelo único, sin dobleces y como dice su nombre, de color pajizo, desde un amarillo claro a un “té con leche”. Parecidos a los que usan los yanquis en sus campañas políticas, ahora están de moda en las fiestas, basta recordar el casamiento de Maradona. Vaya una anécdota, jugando a la pelota en la calle de mi barrio, aquellas pelotas caseras ,con trapos y medias viejas, pasó por el lugar un “elegante” luciendo su rancho en el instante en que la pelota “volaba” por el aire, con tan mala suerte que rozó el ala del sombrero sacándole un pedazo, como un trozo de bizcocho. Eran duros y frágiles. Debo aclarar que era época de “trajeados”, el color del sombrero tenía que estar a tono con el color del ambo, los más comunes eran el gris, desde el claro al oscuro, azul o marrón, lisos o a rayas. En los meses de calor, aparecían los trajes blancos de hilo. Las camisas lisas eran las preferidas, rayadas, menos, el color blanco predominaba, diría que indicaba súper elegancia. A las rayadas les adjuntaban un cuello y puños postizos de color blanco, estos suplementos en las familias “bianudas”, los acartonaban con almidón que habilidosas planchadoras se encargaban de endurecer. ¿Como sujetaban cuello y puños? La camisa llevaba dos ojales, uno posterior y otro anterior en lo que hace al cuello, y con una especie de botón metálico lo ubicaban en su lugar, pero antes de realizar esta tarea, se procedía a colocar la corbata en el endurecido suplemento, evitando que se arrugara y una vez que este paso se cumpliera, se anudaba la corbata. Con los puños, que eran dobles y con ojales, la tarea era más sencilla, se sujetaban mediante “los gemelos”. Este accesorio, se componía de un sello que quedaba hacia arriba de la manga, unido por una cadenita a otro trocito del mismo metal, que se llama “submarino”. Según el nivel económico del portador los gemelos llevaban en el sello las iniciales del elegante, podían ser de oro y los había con piedras preciosas, para lucimiento del pudiente en fiestas de la “jait societi”.

Sigamos con las corbatas: la clásica que llevamos en nuestros días y la de moño, que en aquella época sería para habilidosos, hoy las hicieron más fácil: está armada y la sujetan con un elástico. Mozos de bares y restaurantes, en los señores que “visten de etiqueta” en cenas palaciegas y en los niños que toman la primera comunión.

Continuemos con los accesorios de la vestimenta: tiradores, cinto y ligas. Llama a risa porque alguien asociará a las sensuales portaligas, pero todavía no se había inventado el “nailon” y las medias que eran de seda se sujetaban con ligas para tenerlas estiradas y no cayeran al estar sentados en una reunión y mostrar sus “peludas” piernas. Los pantalones además de cinto les acompañaba el tirador- aún se usan –tanto las ligas como el tirador tenían un adminiculo metálico que regulaba la altura. Seguimos con el ropaje íntimo: calzoncillos, el de verano, sigue siendo corto, pero aquellos llevaban una serie de botones y ojales, que permitían regular el diámetro de la panza, luego vinieron con elástico, y llegado el invierno los de frisa, cubriendo las piernas, les quedó el nombre de “escopeta”, siguen en venta junto a “su compañera” la camiseta, como si fuera un bebé con osito. Esta prenda al llegar los días cálidos, se cambiaba por “LA MUSCULOSA”. Hubo una prenda masculina, de uso juvenil, la rotularon con el nombre de Casi, una faja elástica ancha, y a continuación el calzoncillo que ahora se llama slip. Los jóvenes usaban esta prenda, al concurrir a bailar, época de boleros, al estar apretaditos no hacer papelones, cuanto recato.

Los zapatos no cambiaron mucho, salvo los elegantes del treinta con sus botines abotonados, los clásicos con trenzas, el cómodo mocasín, de gamuza o de charol, que los veremos acompañando un smoking o en la primera comunión del varoncito. Por abrigo, continuamos con el sobretodo, el gris oscuro, que no venía solo, un pañuelo de seda blanco se ponía en el cuello o una bufanda de lana; los guantes, eran parte del “ropero”, por supuesto de variada calidad pecarí, cabritilla, por el cuarenta la moda incorporó el de “pelo de camello” de color “café con leche”, pero su vida fue efímera. No hace mucho caminando en Bs. As., cerca de la Iglesia de La Piedad, me reencontré con aquella casa de ropa para hombres: “Casa Perramus”, que tuvo sucursal en Salta, por el año 40, inmediatamente recordaba la prenda que alternaban como abrigo: el perramus, que los elegantes lo abandonaron al llegar el piloto, para los días de lluvia. El prendedor o el alfiler de corbata, pensaría “el elegante” que le cambiaba el look como dicen ahora. Como “broche de oro”, apareció en escena: las galochas, aquel estuche de goma donde introducían el pie ya calzado en los días de lluvia, evitando estropear los zapatos.

Así llegamos a las SASTRERIAS PARA HOMBRES, cuando los salteños concurrían buscando el traje oscuro para su casamiento, para incorporarse a la función pública, padrino, egresado y aquí en Salta, para las Fiestas del Milagro en que se acostumbraba estrenar. Larga es la lista de sastres y sastrerías que tuvo mi ciudad, y volviendo al artículo que mencioné, debo confesar que gracias a un vendedor de casimires, que hizo de apuntador, “confeccioné” la lista. Pero quiero relatar la visita al “maestro” – como la embarazada a su médico- En la primera , nos presentaba un cuadernillo con pequeños rectángulos de tela (el muestrario), casimires nacionales o importados, Príncipe de Gales, espigados, ojito de perdiz, fil a fil, gabardina, camper inglés, según decían “con la marca en el orillo”. Elegida la tela, presentación que la efectuara el vendedor, aparecía en escena “el maestro”: el sastre, con su cinta métrica colgando de su cuello, como un estetoscopio, y acompañado por su ayudante, el “pompier” (?), quien tomaba nota de lo que iba cantando el sastre: manga: tanto; cintura: tanto, ¿con o sin botamanga? ¿Dos centímetros o más? ¿Saco cruzado o derecho? ¿De dos o tres botones? ¿Usa chaleco? Cómo no usar chaleco si los elegantes llevaban en uno de sus bolsillos el reloj de varias tapas y sujeto por una cadena que cruzaba su estómago. Si alguien le preguntaba la hora, sentirían una enorme satisfacción de poder sacar esta joya de tapas de oro y responder. Y llegaba la pregunta indiscreta cuando medía el largo del pantalón desde la entrepierna: “¿Para dónde carga”?

Varias visitas continuaban. El maestro ya había efectuado los cortes mágicos, sobre una larga mesa y una enorme tijera que sostenía entre sus dedos, como un partero, sin olvidar la almohadilla que portaba en una de sus muñecas cubierta de alfileres, a veces los llevaba a su boca y los sacaba con una habilidad de faquir. Su compañero descabezado: el mannequin, estaba cubierto con lo que pronto se convertiría en saco, y así llegaba la tercer visita, aquí la prueba ya mostraba un saco cortado pero lleno de hilvanes, y comenzaban las correcciones, tiza en mano- una tiza muy particular, rectangular y chata- trazaba líneas, mientras quitaba mangas, colocando hombreras y entretelas a gusto del consumidor, como para armar “un pato bica”. Este montón de telas cortadas, de aquí partían a las pantaloneras, las “saqueras” y las “chalequeras”, para regresar a la planchadora y luego al consumidor.

Que felicidad y alegría nos daban estos profesionales al entregar “el fruto maduro”. Y me queda la imagen de un sastre vecino que aún lo veo al pasar frente a su taller, sentado con un saco en sus rodillas, tijera en mano, aguja y el dedal.

Y terminando, envío mis felicitaciones a la Congregación Salesiana que en sus talleres enseñaron esta noble profesión.

Aclaraciones:
Pompier:
Costurero especializado.
Mannequin: Maniquí en francés.
Jait societi: De high society, “alta sociedad” en inglés.
Panamá: Sombrero Panamá o jipijapa es un tradicional sombrero con ala que se hace de las hojas trenzadas de la palmera del sombrero de paja-toquilla (Carludovica palmata). A pesar del nombre, los sombreros genuinos son originarios y fabricados en Ecuador, no en Panamá (fuente Wikipedia).
Bianudas: Palabra "divertida" que viene de un afrancesamiento de "gente bien". "Bien" en español con sonido afrancesado es "Bian" y "Bianuda" es un argentinismo con terminación "uda" que hace a la idea de "mucho"... o sea "muy bien". En su contexto es "familia muy bien" (dinero, apellido, etc.)

José Antonio Gutiérrez.
E-mail – jagutierrez@yahoo.com.ar

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